martes, 17 de enero de 2012
La cueva de la Cruz
- Esta historia es completamente real, y me fue relatada por unos niños de mi barrio. No sé hasta que punto puedo creer en ellos, pero realmente me sorprendió la claridad y precisión de los detalles con los que me describieron el suceso. Impropios de su edad a todas luces:
Estaban los cinco una noche con sus padres en lo alto de la montaña que corona la ciudad de Cáceres. Allí se asienta una pequeña ermita y a su lado ha prosperado una terraza de verano, de manera que es frecuente en esta ciudad que sus habitantes suban eventualmente a tomar unas copas y charlar mientras contemplan las magníficas vistas que ofrece el relieve. Nada más lejos de la realidad, ya que en aquella ocasión, como en tantas otras, una familia más había subido a aprovechar el calor estival ya en agosto, cerca de su apogeo final.
Los niños pronto empezarían las clases, así que no perdieron la oportunidad de jugar a explorar la zona oscura de la montaña aquella noche tórrida. El verano llegaba a su fin, y dejaría paso pronto a una estación mucho más siniestra: El otoño.
La llamada por ellos como "zona oscura" no es más que la parte no iluminada de la montaña. Se decidió dejar sin iluminación por petición de los astrónomos que solían ir allí a observar las constelaciones aprovechando la altura del terreno. Es la zona más escarpada del lugar, y la carretera se encuentra bordeada por rocas afiladas de formas perforantes, como los dientes de alguna alimaña. También existen entre estas rocas senderos, unos conducen a chalets, otros a ninguna parte... y justo la oscuridad reinante y la siniestra penumbra que engullía los senderos fue uno de los principales detonantes para que, en su juego, uno de los chiquillos plantease un desafío que ninguno de ellos olvidarán: "A que no os atrevéis a explorar el sendero".
Por supuesto la ermita había dado pié a que la iglesia sembrara el terreno de cruces de piedra, que simbolizaban el calvario de cristo, aunque algunas de ellas estaban situadas en zonas que no invitaban al turismo. Se desconoce el siglo en el que aquellas estatuas se fabricaron, pero hay rumores que afirman que el hallazgo de alguna de ellas fue la causa central de que se construyera la ermita. Otros rumores afirman que las cruces se construyeron en los siglos posteriores a la ermita, como tributo a esta. No hay nada claro.
Por otro lado un terreno no es de extrañar que en un terreno tan escarpado existan pequeñas covachas naturales de poca profundidad, algunas aún ocultas y otras conocidas.
Los niños se dirigieron por un sendero al azar. Nunca supieron indicarme cual era a la luz del día, pero todos recuerdan la imagen nocturna que ofrecía esa noche: El más oscuro y tenebroso de todos. Se extendía como una lengua serpenteante entre las rocas y se perdía entre las sombras...
Tenían miedo, aunque algunos lo intentaban enmascarar con un aparente envalentonamiento. Desde luego nunca esperaron encontrarse o que vieron aquella noche, quizá por eso actuaron así.
Luego de un trecho, uno de ellos me relató que comenzaron a sentir una brisa fría. Raro en aquella estación, aunque no tan raro si pensamos en la elevación del terreno. Prosiguieron a través del camino, hasta perder de vista la carretera. La oscuridad allí era absolutamente negra. Las siluetas oscuras de las rocas se vislumbraban como garras de piedra fría y absorbentes, que parecían tratar de cerrarse sobre ellos para ocultar la poca luz que emitían las estrellas y la Luna. Y justo allí, presenciaron algo que los marcó de por vida...
Al final del sendero, apenas unos diez metros más adelante, alcanzaron a ver la silueta de una cruz al lado de lo que parecía una oquedad entre las rocas. La imagen de por si era escalofriante, pero lo que en verdad les hizo estremecer fue que desde la base de la cruz, un bulto se levantó sigiloso. Aún más negro que la noche, resaltaba en la misma oscuridad. Al levantarse describieron a una figura de la que sólo se deducía que se cubría con una túnica con capucha. Algunos niños me relataron haber observado incluso lo que parecía ser una guadaña: "Llevaba algo que brillaba sobre su cabeza, como de metal".
Atendiendo a su relato, ofrecían contradicciones con respecto al aspecto de aquello, pero todos coincidían en que parecía un encapuchado del que sólo se alcanzaba a ver su negro manto. Sigilosamente, los niños me relataron como sin prestarles atención, como si el ente permaneciese en una dimensión ajena, se dirigió lentamente hasta la cueva más cercana. Y allí desapareció.
Tan pronto como dejaron de verlo, los niños echaron a correr de vuelta atrás por el sendero...
Los niños tienen mucha imaginación, estamos de acuerdo en eso. Pero realmente este hecho podría tener algo de realidad. ¿Puede ser que los niños presenciaran a un espíritu? ¿O por su aspecto podría ser la mismísima parca? Nunca lo sabré con certeza. Pero tan pronto como uno de ellos (a la prudente edad de 18 años ya) me relató el suceso, me encaminé hasta la zona en la que supuse que estaba aquella cruz con la cueva cerca. Sólo encontré un lugar que respondiese a la peculiaridad de la situación: En la curva que traza la carretera a través de la llamada "zona oscura" (aún hoy se respeta su ausencia de luz), existe un sendero que asciende al final de la curva, cuando la carretera vuelve a ser recta. Apenas se aprecian ya sus trazos, inundados de abundante hierba. Al llegar al hipotético lugar de la historia, con la cruz de piedra al lado de la covacha, pude comprobar algo que me dejó helado aún a plena luz del día:
- Allí, depositada al lado de la cruz en la cueva, había una corona de flores. Una de esas típicas coronas de flores que encuentras en carretera, en los lugares donde ha ocurrido un accidente para recordar a las víctimas fallecidas en el. Curiosamente aún hoy me sigue atormentando una pregunta: ¿Que hacía una corona allí, tan alejada de la carretera y sin accidentes visibles que pudiesen haber causado la muerte de alguien? Nunca lo sabré, como nunca sabremos quien murió allí, o si la hipotética "parca" vista por los niños años atrás tuvo algo que ver...
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