domingo, 28 de agosto de 2011
La Mina
- Nunca pensé que algo así podría suceder, pero lo vi con mis propios ojos aquel atardecer de Agosto. Cerca de mi ciudad existen unas minas abandonadas desde hace más de un siglo, ocultas entre la maleza y en plena ruina. Cuenta la leyenda que aquella mina se clausuró a causa de la guerra civil, cuando fue bombardeado el campo minero y algunos trabajadores quedaron sepultados, otros heridos y el lugar dejó de ser seguro. Ante la opinión pública se decía que se había acabado el mineral, pero desde aquel ocaso creo más en esta leyenda.
Todo comenzó cuando mi primo Pedro me comentó la idea de ir a visitar las ruinas del campamento minero al atardecer. Como no está muy lejos de mi casa, decidí ir con el, no sin antes decirle que si pasaba algo seria culpa suya. Entonces Pedro me dijo "¿Tienes miedo?", y aprovechando mi orgullo consiguió convencerme de aquella idea. Me arrepentiría toda mi vida de aquello.
Esperamos a que el sol empezase a tornarse anaranjado y emprendimos nuestro camino, aproximadamente a un par de kilómetros de mi casa encontramos las minas. No son difíciles de buscar, el camino las atraviesa por el centro. Llegamos al lugar cuando el sol ya se estaba poniendo, apenas quedaba un hilo de luz entre las montañas que rodeaban el valle. Nada más llegar tuve una sensación rara, similar a cuando alguien te pasa las uñas por la espalda, pero sólo era el viento. Aunque me recorrió un escalofrío. Esperamos un rato en silencio, mi primo estaba deseoso de oír algo, de obtener algún indicio de dónde debía buscar para saciar su macabra curiosidad.
Por nada del mundo me habría salido del camino central y me habría adentrado en las cercanías de las bocas de las minas, pero al ver que no pasaba nada y era prácticamente de noche, mi primo decidió salir del camino y buscar en las ruinas de los edificios abandonados. Encendió la pantalla de su teléfono móvil y me dijo "¿Me acompañas?". No sé porque razón le dije que no, supongo que el miedo era ya demasiado intenso permaneciendo en el camino que suponía seguro.
Se despidió de mi con un "Tu te lo pierdes" y entró en el edificio. Me quedé sólo.
"No pasa nada, aquí no hay nadie, relájate" son las palabras que me repetía a mi mismo para tranquilizarme. Entonces empecé a oír un leve crujido, como de hojas secas. Me giré y no vi a nadie, aunque realmente ya estaba la noche cerrada y poco se podía ver. El crujido se hizo más fuerte, sonaba más bien a ramas secas tronchándose esta vez. No lograba localizar la procedencia del sonido, pero sabía que estaba allí, en alguna parte. Se fueron añadiendo crujidos, sonaban en algún lugar y cada vez eran más desagradables. Aquello ya no parecían ramas tronchándose.
Estaba al borde de un ataque de nervios, cerré los ojos e intenté relajarme. "Es sólo tu imaginación, no hay nada ahí". Nunca debí abrir los ojos después de pensar aquello, porque lo que vi supera con creces cualquier cosa que puedas imaginarte.
Allí estaba, inmóvil frente a mi, un hombre con un mono de trabajo y un casco de obrero. Al otro lado del camino, callado e inmóvil. Las palabras se me atoraron en la garganta. Miré a su alrededor y alcancé a distinguir al menos seis sombras más, todos parecían ataviados de manera similar, aunque sólo logré distinguir sus siluetas recortadas en la noche.
No articulaban palabra, sencillamente estaban frente a mi, pero tampoco parecían verme. Entonces uno empezó a moverse, parecía cojear de una pierna, y le siguieron los demás. Empecé a oír crujidos de nuevo, pero esta vez sabía de dónde provenían. Provenían de aquellas personas, pero no del suelo, sino de ellos mismos. El último que se movió para seguir a los demás fue el que estaba más cerca de mi, el primero que vi. Fue ahí cuando realmente me horroricé al comprobar la forma de sus articulaciones. Cuando estaba parado su silueta era claramente humana, pero cuando se empezó a mover, pude ver horrorizado como sus piernas se flexionaban por tres lugares diferentes mientras el sonido del crujido se hacía mucho más evidente. Cojeaba, como todos los demás, pero esta vez entendí la relación entre ellos y el crujido.
Eran sus huesos rotos y no ramas lo que crujía. Se perdieron en la oscuridad poco antes de que volviese mi primo, visiblemente decepcionado. "Aquí no hay nada, ¿has visto tu algo?".
"No, no he visto nada". No importa, nadie creería la verdad de lo que vi aquella noche. Volvimos a pié de allí, aunque todo el camino estuve muy nervioso. El propio crujido de mis pisadas me daba escalofríos. Aquello debía haber sido producto de mi mente, ¿no?.
Nunca lo supe con certeza.
Han pasado tres años desde aquel suceso. Tengo fobia a los crujidos, sean del tipo que sean. Escribo esta historia con la esperanza de que contar mi experiencia de manera anónima me sirva para alcanzar la paz conmigo mismo y poder al fin descansar sin sobresaltos...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario